Amor, que eres el mismo cielo que me das, y un árbol que llega hasta tus ojos.
Amor, que eres llama submarina, esa espuma blanca que las llamas me devoran, ese éxtasis de vivir en la locura, cuando el despertar es vencido por el sueño, cuando entre tus brazos se aparece toda la luz del universo.
Las mariposas sobrevuelan el ocaso. Son latidos que se llevan tu hermosura, vaticinios de la magia, sudor de los ancestros.
Amor, que en mí revives como una fuente entre los lagos y como esa fuente mansa eres espejo de mis ojos, y en el cristal translúcido de este cielo intento verme en tus reflejos.
Amor, que eres piedra preciosa, balcón al viento de las páginas limpias de tu hálito, dime si en mí se desvanecen las ausencias, se desvanece mi memoria, y en este palpitar ardiente en el que el sol subyace entre las hiedras, despiértame al beso con los labios teñidos de amapolas. Destierra las sombras para siempre, esencia de vino que brillas entre rosas.
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