Amor, en mis manos hay un camino de regreso. Cuando miro hacia adelante veo cómo el cielo ocupa su lugar, cómo la tierra disminuye, cómo las flores que planté las riega el tiempo, y cómo el corazón las alimenta.
Esta tierra que decrece es como un mar que a sí mismo se mueve, entre olas y entre dádivas, y a la vez, esta tierra se me impone como si se quisiera convertir en un desierto, y entre la arena hubiera escorpiones que con su veneno matasen el amor, y lo escondiesen.
Amor, en lo más puro, en aquello que santifican las alondras, que es el trino de los dioses, hay una encarnación viviente, un hado prodigioso.
En ese destino que huele a fuego, en ese sendero que el amor entrega, hay embarcaciones que no tienen rumbo, trenes que no se detienen en parte alguna, coches que carecen de aceite.
Al emprender esa ruta la incertidumbre acosa, la brisa se convierte en viento, en viento que aúlla en esas noches que parecen no amanecer nunca. Entonces llegan tus besos y son como el salitre: vida y lágrima que se unen en un amor incandescente.
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