Amor, mi cuerpo vuelve al crepitar del musgo, a extenderse como un mar en tu regazo, a verterse en tus espaldas. Mi cuerpo recupera la memoria del trigo y del acebo, del hinojo, y de rodillas te amo y te venero.
Amor, que eres amor sin que las cigüeñas yazcan en su nido, que escuchas como el Hado se entromete, que sientes la mentira, mira cómo en mis manos hay una verdad recóndita, la que halla el corazón entre las huellas de un deseo que crecería con tu culpa.
Amor, mira cómo mis ojos se dilatan con tus ojos, cómo te me llevas la mirada, cómo mi carne se rebela ante el extraño y es para ti, para que en la piel me dibujes tu inocencia.
Amor, llueve en mis ingles, llueve entre mis pechos, y yo te lluevo entre tus brazos, te llueven las manos en mí, en mi vientre, en mis entrañas, y en ti, en el fulgor oscuro que se inicia, en el beso que se da en el claroscuro, en los labios que aparecen en penumbra y que penetran para devorar todo tu ser, mientras las manos se posan en tu pelo, y en el mío permanecen los posos de tu esperma.
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