Amor, hay pétalos que nacen de las brasas, flores encendidas, amapolas. Hay caminos empedrados, rocas entre el mar, salitre.
Amor, hazme concubina. Dame las alas que te di, y dame el laberinto. En su interior me dormiré y escaparé a la ruta que me elija.
Amor, en la encrucijada plantaré una cruz, y el desvarío acompañará mi sermón en la montaña, y serás bienaventurado entre todos los corazones.
Mi hombre, los astros temieron su propio declinar, los estanques donde se miraban y en compañía del agua se cubrían con las dádivas que les daba el cielo.
La luna se escondió de mi mirada. La ocultaron las sombras y entre sombras renacía, sobrevivía a las mareas y esperaba el declive de la noche.
En el día aparecía más blanca, espuma de sol que fulguraba en su palidez diurna.
Mi niño, es mía la sed en que me amparo, mío es el estigma que se clava en los umbrales en que el deseo es una lumbre desmedida.
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