Amor, me bebo los caminos. Son de agua, y me los bebo como me desvivía por tus besos, por tus manos, por tu boca enamorada de esa luz que me sale por los ojos.
Amor, qué iluminaciones me diste en los presagios, que devoraban lo sagrado, que se perdían y se encontraban a la vez cuando llovía, cuando las aceras se mojaban y en el asfalto había un resplandor que resucitaba tu presencia.
Amor, cómo me envuelves. En tus labios vive la ternura, ese dulce transitar entre las horas, esa costumbre de amar, como si amar fuese un nombre que determina el alma entre las flores.
Llego al bosque, al bosque y en su centro miro cómo los ciervos se beben el agua del arroyo. Como Edipo, la ceguera. Como Edipo, me hundo en el incesto.
La caída me hace más hermosa. Como Lancelot, traiciono y miento, y así Dios me sigue amando, como te amo a ti, con este amor de eternas dimensiones, con este amor que me libera de la prisión de un corazón que se alumbra al inundarse.
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