Amor, me abrí al mundo. Me diste flores como alas, alas como flores. Me diste en los ojos el agua. Me entregaste los caminos. Me desnudaste de ausencias. Pusiste los pájaros junto a mí, y cuando volaron les vi atravesar el cielo que hay en tu mirada.
La espera ya no duele. Vendrá marzo, vendrá junio, y se iniciará el otoño. Pasarán los solsticios, las violetas, los campos áridos, las alabanzas del Dios crucificado que se teñirá de rojo con esas amapolas que le nacen en los pies, y tú quizá no vuelvas todavía.
Amor, vives en mí. En mi alma hay un lugar que es tuyo, que sólo a ti te pertenece: es el espejo donde se mira en su hermosura. Allí me permaneces.
Mi hombre, se me llena la boca con el recuerdo, se despliega la memoria, se despliega por las zarzas que no arden, por los mares que se juntan, por la tierra que subyace a todo océano y que sin ella no se mueve, por la luna que vive con un sol que la refleja, por la noche en que el corazón profundiza en las estrellas.
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