Hay un amor inmenso, azul como el mismo cielo, blanco como la luna, que la oscuridad no roza, que el tiempo no se lleva, que la eternidad se ve en la estrella que hay en tu pelo, en esos ojos que me miran tristes, y que me traen las lágrimas de un amor tan intenso que es más profundo que el barranco mayor del abismo, un amor que no duele mientras quema y que sólo duele cuando se pierde.
Un amor que no abandona el vuelo, que es pájaro y pájaro permanece, un águila que se eleva al firmamento, un árbol que crece despierto, la savia del árbol de la que nacen flores, las flores de un amor que crece como crece el trigo, como el mes de mayo y las amapolas de junio, como los labios que se acercan pero que no llegan, ese beso que queda en el aire, ese beso del que no hay retorno, esa mirada abrumadora, que tiene todo el corazón por dentro, que es cordillera y que es cima nevada, que es muerte esperando en la almohada, muerte que ama desabrida, muerte que está enamorada de mi misma carne y de mi misma cama, amor que se lleva a la muerte, amor que se encarna en la sangre y la palabra.
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