Amor, qué junglas concebí, qué silencios me envolvieron. Me fui a buscar aquellas rosas que crecían, que surgían tras de ti. Las sembraste con tu esperma, y eran rojas, como los besos que se dan en la penumbra, como las oscuridades que se esconden tras la boca.
Amor, qué calles anduve. Qué asfaltos recorrí. Que alquitrán sembró de brea mi memoria.
Mi hombre, me nacieron los días que eran sólo noches, sólo quería dormirme y que en mis ensueños vinieras a buscarme.
Qué callada está mi voz cuando te amo, que me vienen las palabras y te digo que eres tú mi despertar, que eres el motivo de mis noches, el origen de ese alba que vendrá y me traerá tu corazón.
Las rosas del camino son esquivas. Vigilan los senderos. Sus ojos son membranas en los pétalos, diminutos esponsales que esperan un anillo, una esfera de redondas latitudes en que derramarse en lo que son, en las que las flores se introduzcan y deseen ser un sueño que te espera.
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