Amor, me avituallo de sombras. Devoro la penumbra. Arraigo en este latir umbrío que me quema. Quiero darte un beso como nunca te lo he dado, sólo unos labios acercándose, sólo un roce que dure eternamente, que siempre esté contigo.
Quiero abrazarte entero, desnudo, que arraigues en mi vientre. Que me llores, si tú quieres. Quiero acariciarte en esa luna que se te pone en la piel y que te acompaña con tus lágrimas.
Quiero entrar en ti, en tu corazón desamparado. Quiero darte lo que nadie te entregó; la misma noche es para ti, para que seas una estrella.
Amor, tú siempre estás. No te separas. Vives en mi cuerpo como me vive la sangre, con su mismo latido y su mismo anhelo.
Amor, en las profundidades de mí nacen los árboles como almas renacidas. Su esplendor es mi blancura. En esas hojas hay una intermitencia: es la muerte que se espera. La savia son los ángeles que lloran por la muerte
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