Amor, te di los pétalos que me entregó la noche, los envolví en escarcha para que mantuvieran su madurez, su gallardía, para que no osaran marchitarse.
Te los dí con el corazón hendido en la montaña, en la oquedad de una roca que estalló hace tiempo y que en el mismo tiempo se olvidó.
Amor, qué carne hay en las flores que mitiga este deseo, que apacigua el despertar, y tu cuerpo se aparece como una nube inalcanzable, que sólo viene cuando llueve.
Amor, en los pliegues de tus muslos vive la esperanza, y la consigo vislumbrar en tus ingles que amanecen en una aurora que conoce el beso atávico que se inunda de plegarias.
Amor, me lleno de mariposas y de escarcha en este enero inusitadamente cálido que termina. Te sé en la nieve, y la nieve es un fruto del cielo, un fruto de las nubes, una lluvia sólida y necesaria para llenar el hueco de las rocas, para que las rosas florezcan en su seno.
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