Amor, eres más sagrado que las rosas, más último que el tiempo. Eres ese último porque ante la muerte sólo tú te quedarás, puro, inalterable, sólo tú, sólo con tu nombre.
El amor siempre se imagina. Es como un bosque y nadie ve el mismo bosque, ni los mismos árboles ni las mismas flores.
Es como un ángel que vive en las tormentas, que se encarna en esa lluvia que nos cae, que se impregna de la sangre de ese cielo que es rojo en el crepúsculo.
Amor, que sobrepasas las razones, que ignoras los motivos, que te engrandeces en tu propio corazón, dime en mis labios crecerá el estanque con las dádivas.
Amor, que te sucedes en mi alma, que traes en tu esencia los ojos de todas las contemplaciones, mírame y dime si este dolor que se anticipa puede resumirse en una fuente que sufre al volcar su propia agua, y que en el agua fluye todo su devenir, y como un gran fruto en sí misma se prodiga y en sí misma es volcán y lava.
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