Amor, hay en mí un hielo que tirita y en el agua se deshace. Hay una roca que se desmenuza entre la arena y en esos lugares crecen flores, crecen pájaros. En ese lagar habitan las serpientes que conocen el transcurrir de la tierra.
Amor, en mí huyen las oquedades del silencio. Me nace una voz desenfrenada, un aullido dulce, un trinar muy leve. Se encadenan en mí los papagayos, brillan sus colores.
Amor que me diste el mundo, me das a mí, a mis mismos besos, a mi misma piel, y en este deseo de ser en ti, soy la mayor de mis predilecciones y en mí te amo, dentro de mi ser, de donde vienes.
¡Qué cautivo era el deseo de tenerte! Te fuiste y al volar volé contigo, porque tus alas me entregaron la circunstancia del tiempo, y en mi deseo me entraste por las ingles, por la boca y allí permaneciste, hasta llegar a la cueva más profunda.
Te parí entre lunas, entre porosidades. Tu piel era más blanca que la mía. Tu piel era la blancura.
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