Amor, se me desatan las sombras. Me laten las palabras. Mi cuerpo reza y se convierte en ese agua que será río, que será océano azul y blanco, ese cielo que llevas en los ojos.
He brillado en la penuria, y en voz baja te he dicho que te amo, que mi corazón se ha envuelto en las membranas de cuando parí el amor, cuando entre mis piernas la sangre se indispuso y la piel se me tiñó, ruborizándose, y fui rosa en un acantilado vespertino al que bajó la noche, que allí permanecía.
Amor, hay senderos que circulan, y hay atajos, y a su lado piedras cristalinas, ópalos que acarician el suelo dulcemente.
En esos caminos se levanta una penumbra que el aire no dispersa, que no aleja el amor y que contiene un hálito de condena.
Me fraguó un espejismo en que la lluvia aparecía como un sueño, y ha vuelto a llover, y llueve quedamente desde el umbral en que las nubes se humedecen.
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