Amor, me escondí de las rosas, tuve miedo. Temí que no me amaras, que no encontrases en mis ojos la senda de tu río, que te apartaras de mí y no quisieses mis alas ni mis manos.
Amor, no comprendí que precisabas de mis besos, que tu corazón latía en un ocaso de tristeza, que tu sangre se paraba en esos páramos en que la devastación dice su nombre.
Cuando lo supe, volví. Te amé entre esos pavores que oscurecían mi memoria. Te amé por encima del terror de quedar sin tu mirada.
Qué amor es ése que puede avasallarse, qué amor es ése que se esconde y que quema sus cielos ante un mar embravecido.
Mi hombre, te esperan las naves y una singladura. Te esperan los murciélagos. Yo sólo puedo darte luz para que la noche no sea más oscura que el deseo.
Amor, miro cómo las sombras desintegran lo que fue el mundo, y yo las exorcizo, las declaro impías, y a la sombra de esas sombras soy como un caballo nacido de su miedo.
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