Es muy pronto. Todavía está oscuro aunque ya se ve en el cielo un pulso del azul que será durante el día. Me gusta mirar el cielo y ver cómo va cambiando de color. Así va cambiando también la misma mañana, va introduciendo ese ritmo en el que también nosotros nos dejamos fluir. Eso es la vida: fluir con el tiempo, fluir con el deseo, y adaptarlo a la realidad. Ayer escribí tres poemas, y un capítulo de la novela. Antes quería terminar todo pronto, deprisa y mal. Porque las cosas que se hacen con prisas, sin disfrutarlas, no acaban bien. Se nota la premura, el ansia por acabar. El poema sí permite una escritura rápida - por lo menos para mí - pero no así la novela. La novela es una carrera de fondo en la que hay que ir a paso lento. Poco a poco ir poniendo un granito de arena junto a otro granito de arena, y que juntos formen la arena de la playa. Despacio, muy despacio, creando las situaciones, la trama, los personajes, creando personajes vivos, que vayan más allá del papel, que reaccionen como seres humanos. Escribí el borrador en el año 2013. Un borrador de más de cien páginas que ya tenía todo lo importante: la trama y los personajes. En mi ingenuidad pensé que ya tenía mi novela. Tuvo que pasar un año para que me diera cuenta de que aquel escrito carecía de valor literario, que era una escritura descuidada, muy apresurada, un ir contando situaciones sin más, y que iba de una situación a otra como el que va subiendo por una escalera. El año pasado resolví que la iba a escribir a partir del borrador. Pero no pudo ser por razones personales. El día 11 de enero me puse con ella. Como sé todo lo que va a suceder, cómo conozco a los personajes que creé y las diferentes tramas secundarias, que en realidad no son tan secundarias, ahora me tomo todo el tiempo que necesito para escribirla. Y lo disfruto. Disfruto del proceso de artesanía. Un novelista es como un artesano: va creando poco a poco el cesto, el tapiz, la pieza de cerámica, el pañuelo de seda. Con cuidado, esfuerzo y dedicación. Con delicadeza. Consciente de que su trabajo no terminará cuando acabe de escribirla, que seguirá para darle un lenguaje más literario, siempre dentro del propio estilo. Lo que alguien no puede hacer es inventarse un estilo que le sea ajeno. Porque entonces se nota la impostura y yo no creo en la impostura.
Estoy disfrutando muchísimo del proceso de escritura. Me detengo en cada personaje, en cada situación. Le dedico todo el tiempo necesario. Además va a ser una novela larga. Estoy en el principio y ya llevo más de cincuenta páginas, eso sí, no todas escritas. Voy dividiendo por capítulos y personajes y hay páginas en blanco.
Para mí una novela no sólo ha de estar bien escrita: tiene que vivir. Tiene que ser un pedazo de vida palpitando entre las manos. Tiene que enganchar, el lector, la lectora, tienen que entrar dentro del mundo que se les propone. Debe tener un interés que vaya más allá de la forma en concreto. En suma: debe ser sublime, y eso no significa que no toque aspectos sórdidos. Lo sublime y lo sórdido se complementan. El alma de la novela debe ser hermosa.
Cuento con la ventaja de que me la sé, entonces puedo dedicarme plenamente al proceso de la escritura. Y lo hago con placer, sin querer terminar, deteniéndome en cada situación como la situación se merece. Y sin aspirar a ser nadie que no sea yo misma, sin mirarme en ningún espejo, aunque Dostoyevski siempre será mi novelista preferido. Pero no aspiro a ser Fedor, sino Teresa.
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