Amor, sé que dónde estás resuena el viento, sé que están rotas las ventanas, que la puerta sigue abierta, y que ocurren los murciélagos.
Amor, mis labios callan. Mis ojos brillan en este sol que sale a medias, en esta medianía, mientras espero la noche silenciosa en que los búhos miran todo y descubren los motivos del miedo.
Mi hombre, cuando las hojas caídas se convierten en atalayas desde donde mirar el mundo, cuando tropiezas con el corazón y el dolor del corazón se multiplica, se escucha la cadencia de un silencio que es refugio, que es cabaña cerrada y con hoguera, con el fuego que palpita entre la leña.
Amor, en mi cuerpo vive la llama, vive el fulgor, viven tus ojos.
En esta eternidad, en este ciclo, las palabras. Son como rendijas por dónde se ven las sombras. Son regueros que el silencio deposita tras de sí, como posos del café de la mañana, como las venas que intuimos en su azul.
Los pecios han sido derrotados. Sólo quedan los cimientos. Sólo queda un amor que es pensamiento, y en ese pensamiento me abandono.
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