Amor, qué cauces busqué para encontrarte. Fui a mirar por dónde pasaban las calandrias, y allí vi un roce de tus huellas. Seguí a las puertas del bosque, y vi cómo en medio se cernía la oscuridad más portentosa, que me impedía rastrear por los caminos, y que me impulsaba a perseguir la poca luz que desde luna se derramaba hasta tus pies.
Continué por el sendero donde caen las estrellas. Allí no estabas. Y después fui por dónde cantan las gaviotas, sobre el mar, comiendo algas y sal, siempre llorando.
Le pregunté a las flores del abismo, les pregunté dónde está mi Amado, dónde se esconde que no le puedo ver, que no puedo besarle, que sus labios huyen de mis labios.
Caminé tras esa línea que es el horizonte, que siempre está lejano, y más lejos de ese lejos convertí en cerca, sin encontrar ni hierba ni colores, ni guías ni hiedras ni sus besos.
Me rendí. Claudiqué. Y al sentarme en tierra vi cómo aparecías, cómo siempre habías estado junto a mí, cómo me vivías, cómo en mi corazón yo te amaba eternamente y en ese amor estabas a mi lado.
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