Amor, anduve por las cimas, por los riscos, anduve por los cielos estrellados y ya te habías ido. Detrás de las columnas de las nubes sólo había lluvia, sólo un agua derramándose en las esquinas del viento, sólo las gotas y la nieve que caían dulcemente y anegaban la tierra, la inundaban y estremecían el paso de tus huellas.
Amor, preparé la cena. Unté el pan con el aceite. Puse aceitunas negras. Bacalao y un par de huevos duros. Esperé. Esperé a que tu alma quisiera reposar y volver a nuestra casa. Esperé a que las nubes dejaran de ser agua. Esperé que el viento se calmase y que la brisa me trajese tu nombre con los nombres de las bestias, las que rodeaban el fuego, y me lamían.
Mi Amado, avanzan las noches con sus rutas, avanzan los astros y en el retroceso en que el hoy se vuelve ayer estás ahí, mi amor, con las transparencias de una piel en que me miro, en los pliegues de tu boca, en los secretos que guardas bajo los párpados amantes, en esas ingles que un día me entregaste y que hoy son la mayor de mis imaginaciones.
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