Hay una cruz en la pared labrada por el sol. Su esencia es de mar, y son gotitas del océano que cubren de espuma el recorrido de una sangre ausente.
Amor, en qué estratos, en qué sendas olvidas a aquella que seré, la que pronuncia el Nombre y a la que la serpiente decidió inocular el veneno antiguo de lo que piensa y sabe.
En la cumbre del Amor hay un águila que espera. Veo en sus ojos el anillo que prometiste me darías, con el que sellaste la tumba del albatros, el que no podía ir en la nave del marino, en la embarcación destinada a la zozobra que se ancló en el mismo mar que navegaba.
Amor, en ese anillo me grabaste. Pusiste mis labios que cerraste con un beso, y que abrirá la hierba cuando el corazón lata despacito, como un pequeño bucle que corriese hacia su fin sin conocer la danza de la muerte.
En esas piedras que alguien levantó hay hormigas que recorren la proximidad del invierno, cuando el sol luce pequeñito y entre la tierra se encuentra el deseo de ser la madre de las ensoñaciones.
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