Amor, qué hay en la noche que se vuelve tras tus pasos, qué hay en mi corazón que se anochece.
Mi hombre, cómo se pasan las ausencias, cómo en mi pecho sobrevuelan los murciélagos, y nos traen la oscuridad.
Mi niño, deja que amamante las crisálidas, deja que vengan a mí las mariposas y que mi leche se acentúe en tu mirada.
Mira cómo me desnudo. Me desnudo para ti, para tus ojos. Te doy mi alma y anhelo tu blancura. Deseo que te alcance el firmamento, que lleguen las estrellas y se te pongan en el pelo.
Mi amor, me escondo del destino. En su transcurrir se disuelve la penumbra, se entregan las palomas.
Entre esa luz que permanece cuando arde la mañana se incita a la sombra a renacer, y entre las llamas de ese sol que te acontece hay una ternura abrumadora, una ternura que te lleva hacia mis pechos, hacia la intensidad de unas ingles donde el agua se junta con el cielo.
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