Amor, enfilaste el camino de las dudas. Te diste a las sirenas que no cantan, que envuelven tu piel en sus escamas y y devoran esas noches que son negras, cuando ningún astro pulula por el cielo.
Vi esas sirenas, las vi rodeando tu hermosura, comiendo la luz que me traías y que se extravió en sus bocas acostumbradas al silencio.
Comían de tus ojos, de la luz que les dolía, y era una luminosidad sagrada, unas lágrimas bendecidas por el mar en que habitaban, extranjeras y extrañas en el mismo mar en que vivían.
Resguardaste tu mirada. La envolviste con tus párpados. Y cuando volviste a mí me la entregaste y sólo con tus ojos yo bebía de la maraña que el deseo apretujó, y ese deseo volvía a ser mío, volvía a declararse en mis caderas, se me aposentaba en la cintura y se me consumía en esas ingles que ansiaban tu respuesta.
En este diciembre que empieza y se acerca hacia el solsticio, tú también te acercas, en una Natividad constante, como si el Osiris que te nace me encontrara y yo siempre uniera tus pedazos.
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