Amor, en las planicies hay una plantación de flores. Las flores oscuras, tocadas por la mano de los muertos.
Se derraman entre túneles donde la luz no es bendecida. Son las flores que crecen a lo largo del dolor, cuando el pensamiento se envuelve en la tristeza.
Amor, no estás, y conmigo te siento en las bandadas en que vienen los peces, en las escaladas de que es capaz el saltamontes, en las lágrimas que derraman las culebras en su cambio de piel, cuando ninguna luz las ilumina.
En la tierra soy despojo del dolor, el que me cubre con salvia y con almendras, el que desespera de encontrar el reguero de polvo en que las estrellas permanecen.
Amor, que giras en tu propio palpitar, que tú mismo ardes, dame las cenizas de tus llamas. Me bañaré con ellas y con el aceite de la consumación.
Amor, que vienes y te vas cuando alzo mi voz del lodazal, cuando me viene la palabra y en los escombros de la luna encuentro tu memoria.
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