Amor, hay una nave que resiste entre las fulguraciones del frío. Está llena de batracios, ranas que sueñan siendo ranas con insectos, con el lodo, con el agua redentora, que las llevará a la balsa donde podrán saltar en pos de las libélulas.
Yo también salto por si vuelo. Por si me salen alas en las manos, por si tengo plumas en los pies y al pisar el suelo piso el nido de las bandadas de cigüeñas, y allí en lo alto escucho el repicar de las campanas como una canción que se ausenta de mis párpados.
Amor, me alzo en ese vuelo, para caer después desde el mismo cielo donde están tus ojos que me dan las alas, y yo oscurezco las mismas nubes que me dan la lluvia, ese agua que es alba entre mis manos, esa sangre que es más sangre todavía que el vino consagrado, ese mar partido en dos por el que paso con las heridas lacerantes de una yegua recién parida, el latido constante de una respiración amante. Amor, en tu ausencia canto, río y lloro, deseando llegar al sitio donde están tus labios, deseando el beso que me darás cuando el campo santo cierre sus puertas a los muertos.
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