Amor, la luminaria me conduce. Llego a ti por los caminos marcados por los astros, cuando tus labios me ponen las palabras precisas y contadas en la boca, y me salen a mordiscos, con los dientes llevados a su extremo, punzantes y calientes.
Amor, las palabras son como las citas en que las rosas se revisten con sus pétalos, como el cielo que nos baja en las estrellas.
La lluvia es una frontera. Nos da nieve cuando es fría, y llovizna en la palidez de su transparencia, como el amor, que nace en las ingles y se extiende por todo lo que vibra y muere.
Amor, que llegas en esas madrugadas en que el sol late y se esconde, y naces nuevamente cuando la vela está encendida, cuando la llama siente el candor de esa inocencia que pervive y que renace entre las sombras, cuando la muerte se duerme entre mis brazos.
Amor, que en las alas nocturnas te adormeces para despojarte de tu furia, vives en mi sueño y eres como la luna que se esconde cuando es negra, cuando palpita y desvanece su ceguera.
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