Amor, me viene la savia de encontrarte, de verte brillar por los contornos purificados del espíritu, de sentirte con Dios entre mis brazos.
En esos besos que guardo entre las aguas como nenúfares cansados, como pequeñas muertes que surgieron al estancarse el brillo de las opacidades, te entrego amor en esa línea inexistente que llamamos horizonte.
No hay nada más allá, y tú lo sabes. No hay nada fuera de tus pies, y lejos de tus dudas. Nada fuera de este amor que me consume y que me abruma.
Amor, en el espacio estelar, allí donde llega la mirada, hay una luna que fue madre, que engendró a los lobos, el pelaje de los lobos, sus hocicos húmedos, sus besos de lobos, sus dientes de lobos, su sangre de lobos, y su misterio, para siempre reducido a la hondura del aullido.
Amor, en este invierno, en este tránsito que cabalga las auroras, mi corazón no cesa de decir que los pájaros vinieron, y que dejaron un poso de alas en los labios.
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