Amor, en mí se junta el mar que separaste, el que prendí en mis aposentos, y vi cómo el tiburón se dirigía hacia las rocas, cómo las comía, cómo sus dientes afilados devoraban la piedra que crecía bajo el mar como la niebla que cae sobre la tierra.
En medio de esa bruma te entreví. Tus ojos todo lo llenaban, lloraban el cielo con tu sombra, con tu palpitar cálido y callado, ofrecido a la nubes y más hermoso que la lluvia dividida.
Hay una distancia que se anula en el amor. Son los brotes del pan tierno. Los que como de tus labios.
Los claveles tardíos me seducen. Me los entregas con un lazo de papel, para que sueñe con tu cuerpo, para que pierda la luna que era mía y que se quedó anclada entre mis piernas.
Entre las ingles palpita la inocencia. Atrás quedó esa niña que miraba con fulgor el infinito, que se posaba en el árbol imaginando las estrellas, que se lamentaba en el estanque de los sueños, a la que diste alas y piel con que besar, a la que diste el saber que se prendió en la blancura de un amor enorme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario