Amor, vendrán pronto los inicios del invierno. Con las hojas secas se vestirá de frío, y con la nieve se desnudará de esta oscuridad que nos mantiene en la calma de la muerte.
Amor, el invierno vendrá pronto, entre caballos negros y alazanes blancos que convierten el trote en la danza de los hielos.
En esa intemperie congelada, en esos bríos que se estancan en las cimas, en esos ríos que dejan de correr hay un pulso de corazón que vive sepultado en el amor.
El amor es como una tumba abierta en el suelo, en ese suelo duro, seco, que germina en el silencio.
Hay una sobredosis de escarcha en ese cielo que se cierra por la tarde, una noche que impregna el rocío de un alba tardía y húmeda por el brocal del sueño, un sueño que ofrece flores cuando pasa al lado del que duerme, y durmiendo sueña ese mismo sueño ofreciendo flores, y las recoge, y las pone en un jarrón. Son flores blancas, flores que nacen nevadas, flores de esa oscuridad que permanece, y que se nombra a sí misma en el blancura. En ella palpita y se convierte en noche.
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