Amor, he llegado a la estrella para verte, para contemplar en tus ojos lo invisible.
Amor, cómo te quedas en mi casa, cómo me duras, como si en la repetición de la palabra hubiera un acento mágico, como si viniese un hada y me dijera que en ti se cumplen las promesas.
Hay una ablución en este amor que es inmarcesible. Es de agua pero también de brisa, y lleva en el aire el candor de aquello que intuimos sin poder llegarlo a ver, mas lo sentimos en la inocencia de la piel, en la pureza.
En mí hay un corazón de niña que desea jugar con tus besos y tu pelo, que se ensortija entre tus ingles, y te ama. En mí palpita el mar entre las olas, y en la alegría de la espuma con que ríe se esconde tu pecho de varón, tu latir de hombre tras los pasos de las garzas otoñales.
Amor de santo y seña, de colmenar añejo, guardas las lilas secas y recuerdas su olor, y el deseo de su olor, y el tacto de su olor, ese aroma que se desprende cuando las flores sueñan, y en esos sueños vuelven a crecer en la ternura de una tierra amante y húmeda.
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