Amor, hay un fluir que se mece en las sombras de los días, ahora que son cortos y en penumbra. La mañana despierta con los hojas ocres de un invierno a punto de nacer, un cestillo que hicieron los gorriones mientras el otoño transcurría, con sus picos de aves y sus alas.
Amor de tejados, te persigo en la lejanía de tus ojos, siguiendo tu mirada, yendo más allá de tus pupilas, extrañándote.
Mi Amado, se levantan las cercas del jardín y se entra por las rosas, se entra por las raíces de las rosas, pisando tierra firme, estremecida por los pasos de la luz de las estrellas.
Dónde están las montañas que nevaste, dónde la lluvia que cayó por ti en mi regazo, dónde el mar que te alejó de mis pisadas, dónde el amor que me corroe.
Hay un hechizo en el tiempo que transcurre. Pasa y vuelve, como si un día repitiera otro día, como si el lecho fuese siempre el mismo, como si las mismas flores nacieran nuevamente, como si al encarnarse con los pétalos la muerte dejara de ser la mensajera.
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