Amor, hay un instante en que el destierro se evade de las sombras. Como un exilio imaginario, bajo las piedras hay un destino que te recorre los pies, las uñas de los pies, las pieles de las uñas, los abrazos de los dedos, los besos en los dedos y en los pies, las libaciones del vino.
Amor, sé de la sed, conozco sus senderos, los abrevaderos en que para, el agua que aparece, el latido que se asombra en la sangre ahíta.
Llené de piedras los canastos hasta flambear la madrugada, hasta luchar con la penumbra y entrever el tono rojizo que los astros le dan a la nocturnidad, sus flores azabaches y sus árboles sombríos.
Amor, hay un cúmulo de cigüeñas tras mi espalda, allá arriba donde los monaguillos se dejan los rosarios.
Esas cigüeñas recién paridas me traen letras con tu nombre como hogazas de pan, el pan de los creyentes. Bebo del jugo de la arena, de la humedad de la arena, de la sangre del pájaro que muere en la arena, y de su corazón.
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