Amor, en esta senda que empieza a caminar, en este lado del destino, sé que un día las rosas que sembré serán finalmente tuyas, y las amapolas de mi cuerpo serán como gotitas de ese agua que cae de los cielos.
Amor, en el calvario fulguraron las tres cruces: en una el Cristo derramó su sangre, nos llovió, nos llenó de pétalos, nos llevó a la madrugada que cubrió el mundo por nosotros.
Amor, el día tercero se elevó de entre los muertos, los llenó de besos, los preñó de lluvia con su esperma, los bautizó con el fuego del espíritu y los desnudó de miedo.
Así yo derramo el fuego de mis labios, el alba que me prende de las ingles, el iris de un marzo que me espera, que se encarna en las estrellas y en la luminaria de unos ángeles que abren las ventanas de un cielo redentor, unos cristales con tres velas, con tres llamas chiquititas que suspiran aire para arder.
Amor, que en ti vives, que en este diciembre que se aleja me traes la blancura, este frío que se anega con tus ojos, esta nieve que se mantiene florecida, esta penumbra que le grita al amor, y lo acontece.
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