Amor, en esos valles donde se va la muerte, en esas montañas en que los lagos se eternizan, hay un polen que las flores se olvidaron.
Amor, las mariposas sobrevuelan ese polen, y florecen. En tus ojos florecen las estrellas. Derramas los pétalos en los labios y en la luz se posan las caléndulas.
Amor, qué rastro me dejaste con tus besos que miro sin verte en ese cielo donde te encarnas en la luna, y siendo luna nueva me entregas ese mar que sangra en primavera.
Amor de riberas y de ocasos, cítara que se toca entre los astros, necesidad última y primera, aguas que tiemblan en los mares, olas de océano con espuma que la noche convierte en algo oscuro, nido de pasión desenfrenada, sin espuelas ni flagelos.
Amor, amor que vienes en la cara más nítida del diamante, que colocas en él el porte y la figura, la sangre más pura del doliente, el enamoramiento más duro y engendrado por el poder de la palabra, que empalmó el cierre más oculto, el más extraño, y que consiguió abrir el alma.
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