Amor, te busco en las estrellas. Más allá del cielo se viste la penumbra. En ella queda la amapola. Amor, viene el invierno con flores renacidas en esta primavera, flores que surgieron en el mismo frío y que en el hielo se derramaron con sus pétalos.
Encarnación del bronce, hierro que se doblega en el acero, tu piel se tiñe con los colores que el verano te dejó en esa misma piel que desvanece el paso de la escarcha.
En ti los manantiales, en ti la tierra que recorren, la hierba cristalina, los ríos que se detienen en las rocas que anulan sus certezas.
Amor, más lejos está la oscuridad. Y en ese deambular oscureciéndose brilla el tiempo, su duración y la esvástica de su duración, y su mañana.
Amor, los cipreses lloran. Están solos. Son los guardianes de los huesos, de la ceniza final. El campo santo se llena de ese deseo que en sí lleva la muerte. La muerte es la guardiana de tu semen, la madre que te acoge entre sus piernas y yo soy su mensajera.
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