Un amor estremecido, un amor de flores temblorosas, un enjambre. Mi hombre, vendrán las amapolas a buscarme en la negrura de esa oscuridad que se palpita y es madre de luz a su pesar, madre del alba que aparece tras las horas más intensas, cuando todo duerme y el sol todavía no se muestra ni en un solo rayo renacido.
Amor, madre oscura, sombra atávica de un recuerdo que anochece, deseo de la bruma de los sueños, pálpito en la niebla que entrevé los ojos de la noche.
Llueves en la guarida de los lobos, en los sagrarios más ocultos, en las ingles perfumadas. Llueves en la rotación de un mundo que se vuelve sagrado en tu mirada.
En alemán, la luna es masculina, su blancura. Sus mares áridos, la memoria de su semen en esas olas sin gravedad ni espuma.
Amor que respiras el humo de los dioses, que inundas con tu sangre el firmamento, dime si en ti puedo habitarte, puedo vivirte y nombrarme en tu silencio.
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