Amor, ves cómo se cruzan las hespérides. Mira cómo crecen las petunias. Hace calor en este otoño con diciembre a punto de nacer, con los brotes que esperan las crisálidas y con las flores que se vuelven mariposas.
Te mueves en los lindes de las ciénagas, allí donde no hay barro todavía, donde el agua permanece siendo agua y el cielo se estremece por nosotros.
Vendrás cuando la noche se convierta en madrugada, cuando la madrugada sea aurora, cuando el alba repique, y por la tarde se irán a enterrar los crisantemos la agonía de los muertos.
Las hojas de luz tiñen el camino con las hiedras. Te regalé una enredadera, para que la pusieras en el ojal, para que supieses que la raíz debajo de la tierra se agrupa humedecida.
Tú me diste el mundo, el que gira y gira sin parar, el que temblando desfallece, es muy oscuro, y de esa oscuridad nace el azul del viento y de la brisa.
Amor, hay pétalos en el alma que miran desde los frescos de colores, desde el balcón abierto donde los pájaros divisan el origen de sus propios nidos.
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