Amor, en estas latitudes sobrevivo mientras la luz se va ocultando, mientras la siembra se termina y nace el frío como del fondo de las aguas.
Amor, condúceme hacia el cielo donde escribo tu nombre con estrellas, llévame y expande el polvo de los ángeles, el que usan para mirar el regadío, y regalarte la brisa con la escarcha.
En estas noches que recortan el filo de la tarde, en esta oscuridad en que se evita la luz adolescente, dime si no me permanecen las libélulas que se quedan en la luz y la persiguen.
Amor, en qué circunvalaciones me llevaste, con ese palpitar, con esa llama que se envuelve en hiedra, como esa hierba que me crece en tu mirada.
Como una amapola que sólo se abriera en la negrura, como esa hoja del árbol en la que el negro se respira, soy más blanca que el caudal de la luna, más tierna que el brote del cerezo, más limpia que el rocío.
Como las piedras soy dura, tallada en la memoria del dolor, y yuxtapuesta, enamorada del lobo y de su rosa, del azul de tus ojos, y tu risa.
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