Amor, acaricia mis estrellas. Ves cómo me ilumino, como si la luz me surgiese entre las piernas, como en mis ingles la luminaria nunca terminase de extinguirse.
En este alumbramiento, en esta lumbre se posan todas las flores que existieron una vez, y que, marchitas, revivieron en el cielo en una explosión inmarcesible.
Amor, vives en los estallidos de los rojos, en las plegarias de la alegría, en los aledaños de un corazón que reza por los muertos, como si los muertos pudieran comprender el deseo de ese beso que sólo da la muerte cuando ocurre.
Lluvia acaecida, caes en los ventrículos de una sangre que en sí se desvanece y deja paso al sueño, y en mi sueño los reptiles se despiertan y se aman, con la furia desmedida de sus huevos.
Amor, soy un reptil que vaga por los páramos estériles, que busca y que encuentra en tus labios la carne que se hizo alma mirándote a los ojos, y en tus ojos encontró el origen del delirio, y entre azucenas se acostó a tu lado y siguió mirándote como se mira a los bebés que duermen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario