Amor, en estas estrellas que vemos tiritar se esconde la pureza. La luz todo lo termina. Y en ese acabamiento, en ese final cristalizado, vemos volar las mariposas, y también florecer las golondrinas. Los pájaros se vuelven flores cuando germinan en el nido y nos llaman con sus plumas.
Mi niño, te di la luna. La envolví en pañales para que no llorara, le di mi pecho para que no sufriera, y la vestí de blanco para que, iluminada, guiase tu camino entre las dunas.
Amor, qué desierto se abre ante mis ojos. Qué desierto me cubre la mirada.
No puedo evitar que las hienas te persigan. Que caminen junto a ti y te pertenezcan.
Amor, más arriba, en las murallas, hay una hierba cristalina. La plantaste para mí, para mis labios, para que la besaran en tu ausencia, para que me llenasen de esperanza.
Ahora que anochece y que la noche se aproxima, que la oscuridad lleva a la tiniebla en su regazo, que todo es negro y que todo se adormece, hay una brizna luminosa dentro de los astros, un reguero que ilumina el corazón de la más estremecedora de las realidades.
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