Amor, hay una distancia enorme que es el mismo cielo, una herida en ese cielo que brilla en el crepúsculo, un alba que se enciende en el corazón de la penumbra, y que es parto y génesis, origen, nacimiento.
Hay una extensión de arena frente a ti, un desierto, un peregrinar impío, un dolmen que se alza contra la memoria de un tiempo aciago que sólo quiere el derramamiento de la sangre.
Amor, la Magdalena lavó sus lágrimas en los pies del Cristo, y yo te lloro con un caudal de espejos, los que tú me diste para hacerme hermosa.
Amor, hay un latido que no se para, que envuelve la amargura y la convierte en dulce, y yo quisiera darte esa dulzura con un beso de madre, que los brotes tiernos que hay en mi boca te alcanzaran, y contener en ti todas las riadas, darte embarcaciones y en esas corrientes baldías que amenazan tu pecho entregarte el ungüento de todos los sueños que ya has vivido.
Y en tu vida darte el mar con todas las olas, y en la espuma escribir tu nombre.
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