Amor, qué hay en las palabras que se estremecen de frío, qué hay en los nombres que acontecen.
Si mi cuerpo es un sudario, ¿dónde se inocula la sangre que me diste? ¿Dónde el beso que se desvanece entre las flores al pie de los sagrarios?
Amor, mi cuerpo resucita, y cuando se cumpla lo que yo profeticé, la aurora ignorará que la muerte viene por la noche.
Tu latido es el pulso que en la mañana se hace fuerte, y en la yugular te me amaneces, como si el sol te habitara y de tus ojos se iluminase todo el cielo.
En tus ojos, el cielo; en tu mirada la pavesa que responde al porqué del amor, en ese fulgor que se anuncia cuando besas, cuando amas derrotando la tiniebla, y en tus labios guardas el secreto que a veces gritan los heraldos, los heraldos blancos de los amaneceres, los que guardan el crepúsculo, los que duermen por la noche y sueñan con las guitarras de los ángeles.
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