Hay una penumbra que persiste en lo más hondo de las rosas. Es de cristal opaco, y reverente. No deja pasar ni un sólo milígramo de luz. Es la presencia del eco de la muerte.
Amor, qué muerte es la que me vive con un ramo de amapolas, qué agua de lluvia la contiene, qué beso hay en mis labios que te espera para que en mí beses la belleza.
Amor, un ramo de cielo te daré para que lo pongas en tus ojos, para que me toque tu mirada, y entre los pájaros se abismará la misma barca que se sucede en el arroyo.
Amor, todo cesa de fluir. Regreso al origen, cuando el tiempo era sólo una palabra, cuando se medía por la luz y por la arena, cuando el agua nos decía y el fuego nos amaba.
Aire líquido, nube oscura que presiente la eternidad, que lleva en las entrañas el fruto de los ángeles
Acontecer de espejos, furia desmedida, luna que presiente el vendaval, acorde que en sí lleva un deseo de nacer, un deseo en que la carne desdibuja la piel, los contornos de la piel y sus lugares, los discípulos del cuerpo.
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