miércoles, 27 de enero de 2016

Caminé

Caminé. Anduve por el mundo. Florecí. Y en mis flores se posó un espejismo, una mirada que todo lo llenó. En tus ojos vi que el transcurso del río era eterno, y me quedé en la orilla de aquel mar que era mi madre, y que en su hondura permanecía intacto.
Amor, me transcendí. En tu sangre vivía el mismo corazón que la llenaba, y los pulmones eran las hojas que respiraron el ayer, y limpio de impurezas, quedó liso como el espejo de las aguas.
Mi Amado, hay un impulso que mueve a las luciérnagas. Son pequeñas luces que van en derredor buscando el origen de la luz, buscando unos dedos que acaricien su memoria de animal iluminado.
Me perdí en el mar oscuro en que el recuerdo detenía la amapola. Lo corté, como se cortan los pimientos, a trocitos diminutos, y olvidé.
Mi cuerpo renació en el filo de tu cuerpo, como una campana por los aires, como una cigüeña en ese campanario, como la cría de la alondra que escucha el trino de las ramas, con las ramas volteando los nidos pequeños, hechos con tierra y con saliva, como tus besos.

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