sábado, 2 de enero de 2016

Ven

Ven, Amado, que no te detengan las pisadas de un Dios adormecido, que no te encuentres los embalses dispuestos al azar y embalsamados, fíjate en cómo vuelan esas mariposas que se ocultan del frío y se estremecen.
Deja que te acompañe en el ocaso, que mis besos lleguen al vacío, que la nada se inunde de deseos, que el cielo que llevas en los ojos sea un firmamento iluminado.
Amor, las montañas llevan luto blanco. Adolecen de penuria. La nieve las cubrió como si el semen pudiera estar como la escarcha prendido en las hojas palpitantes que la brisa siembra entre los árboles.
Amor, entre las nubes se entrega un sol atardecido, un sol que se sucede y se desangra, que lleva en su seno el mismo fuego que las ninfas encarnan en mi vientre.
Amor, no me desates. Llévame en tus alas de Pegaso, llévame allí donde el centauro se encontró con sus patas de caballo, con su cola que el viento refrenaba, con el latido de su corazón y sus cascos.

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