Amor, me desnuda el viento que pasa por tus ojos. Eres como un vergel enamorado, como una hiedra silenciosa. Te encaramas en lo alto de mi cuerpo y me das la sangre con que late mi corazón y la sustancia de ese mismo corazón, que se prendó de ti, y de tu palabra.
Amor, en la esencia de las piedras hay lunares, hay posos pequeñitos, como trocitos de café que se amontonan y crecen en mis manos. En ese polvillo de tierra con sus flores arrancan las tormentas que pelean en el cielo como pájaros sedientos.
Amor, más allá del frío tus besos me florecen, tus labios me llevan al sacramento de la unción, y entre esos mismos besos que se deciden a morir se extienden los lugares.
Hay un lugar en mí que está vacío. Se llena con tu mirada, con ese azul que tienes por pupila, que al mirarme ve cómo se me contagia el deseo del mundo.
Hay una duración en el silencio. Es de aromas, de fluir de tiempo, de esa inexistencia que brota de las ingles y que provoca en el alma un amor que no se desvanece.
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