Amor, en este enero renacido que termina, en este invierno cálido, tiritan las llamas frente a ti, se agostan los retoños y fluyen los caminos.
Amor, se apagaron las hogueras. Revivieron. En tus manos se deshace la ceniza, y cobra vida, como si el fuego fuera una derrota, como si el deseo se encendiera y acabara con las huellas que vibran más allá de las estrellas.
Mi niño, hay dolor entre mis dedos. Adolezco de distancia, añoro los barcos que se mecían junto a mí, que eran sombras de las naves que un día abandonaron mi cuerpo estremecido.
Amor, en las cimas olvidé la nieve, la nieve con su lumbre, con esa sustancia en la que arden las semillas de amapola, el hielo que se quiebra al despertar la hierba de sus hoyos.
Mi hombre, los cielos se están quietos. En ellos se eleva la hermosura, la que en ti me sucedió, la que le dio a mis ojos luminarias que ven más allá de los vencejos, que llegan al oasis donde las flores se miran en tus ojos.
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