Amor, hay un sendero que se abre a los presagios. La muerte lo persigue. Es un caminar de piedras, de polvo de los astros.
Amor, hay un destino que se posa junto a mí, que me lleva hacia tus labios. Es el corazón que escribe con la sangre que le late, y que concentra en sí toda la eternidad.
Los relojes no transcurren, sólo pasan. El tiempo es inexistente. Le doy cuerda al pensamiento: sólo él existe, sólo el alma.
Amor, que hay en la hondura que me pesa como si el aire no existiese, qué hay en las extensiones que sólo son desiertos, arenas profundas donde escarbar el agua.
Sobreviven los temblores, y cómo entra el frío, amor, entre mis brazos. Cómo me impulsa el cielo, cómo el vértigo fluye sin cesar cuando te pienso.
Mi Amado, la piel me fulgura y desvanece el mismo deseo que la nombra, y entre palabras está el cuerpo, nuevamente amanecido.
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