Amor, qué nieve en la distancia, qué corazón se une con el todo, cómo mi cuerpo crece en amapolas.
Amor, me diste un cáliz y lo apuré hasta llegarte, hasta sobrevenir memoria entrelazada, hasta que en mi recuerdo nacía lo invisible, y lo invisible fulguraba en cada momento de este tiempo que erosiona la nostalgia.
Amor, recojo violetas, se las doy a la sombra que aparece pidiendo su tributo.
Amor, la luz me envuelve en el camino. El fuego es luz oscurecida, llamas del hielo que se esconde en las aceras, zapatos que pisan el aleteo de esas mariposas que conciben que el amor es la estrella que cayó al abismo, a la sima que olvidó su propia oscuridad.
En los temblores revivía la blancura y me olías a jazmines, a materias irisadas, a sustancias contagiosas de ser fértiles, de llevar en su seno el aroma de todas las flores del mundo.
Amor que en mí resides y que pueblas mis instantes de demora, me das un cuerpo que devora el mismo cielo del que naces.
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