Amor, te reduces a ser piedra, y en la piedra te irisas con los colores de la muerte, con esa luz que llega en el viaje, con ese ardor que contempla en tu mirada los ojos de un Dios que sueña.
Amor, pasaste y vinieron las heladas, las escarchas enormes y cruentas. Llevabas en los ojos el caudal del frío, y en el frío nacías y velabas el deseo.
Amor, que me duermo entre tus brazos, que sólo respiro por ti, por anegarme en tu blancura, y en el rocío de tu sudor amante veo cómo las jarcias desvanecen todo el mar y quedo sólo con tu ausencia.
Amor, que en ti recoges la soledad funesta de un devenir aciago, deja que contemple tu hermosura en la sangre de los clavos, y en la tormenta malherida de este corazón que se desborda mira la entrega de mi alma que busca tu cuerpo para darle besos de mis labios a tus labios.
Amor que eres pedernal ardiente, caricia de boca, amapola que pierde sus pétalos al desnudarse entera, y que en esa desnudez alumbra los crepúsculos, en esa desnudez y en esa pureza de entregarse toda, en su deslumbrante fulgor y en su penumbra.
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