miércoles, 6 de enero de 2016

Texto en prosa sobre los Reyes Magos

Hoy son los Reyes Magos, los Reyes Mágicos de Oriente. Lejos de este consumismo feroz que nos invade, se celebra la epifanía, la revelación que tuvieron unos hombres de que había nacido un niño que tenía en su destino ser el Mesías, en un pesebre, con una mula y un burro, de padres muy pobres. Le llevaron oro, incienso y mirra - dice la tradición - y le adoraron.
Cuando este niño creció, ya hombre, se mezcló con ladrones y prostitutas, y predicó por la salvación del alma. Creyó que con su sacrificio se perdonarían los pecados del mundo.
Como dice Óscar Wilde en su carta a lord Alfred Douglas, ¡qué imaginación tan portentosa! Si alguien hoy en día imaginara algo así acabaría - como poco - en el diván de un psiquiatra, si se le ocurriera hacer pública su creencia.
¿Tiene un lugar el misticismo en la post modernidad? En estos tiempos de prisas y agobios, cuando se va con el reloj pegado a la mente, con múltiples ocupaciones y preocupaciones mentales, con lo material como prioridad, la relación de amor con Dios, con la Naturaleza o con el Amado - que son tres experiencias místicas que hacen que el yo salga de sí mismo y experimente una fusión con un Otro superior y elevado - pueden también tener un lugar. Y en estos casos la poesía no es otra cosa que la expresión de lo inefable, de lo que no tiene nombre y necesita del lenguaje poético para expresarse, en esa noche oscura de San Juan de la Cruz que es repentinamente iluminada por el Amor. Como los Magos fueron iluminados por la estrella que les condujo hasta Belén.
Y el Amor es una fuerza poderosa. Como dijo Jesús de Nazareth, yo no traigo la paz, sino la espada. Quien conciba el Amor de una forma edulcorada, se equivoca mucho. Es la fuerza más potente del mundo: y sólo las evoluciones y revoluciones que se hagan desde el Amor pueden triunfar. No las hechas desde la envidia y el odio, desde la destrucción. Por eso mismo me sumo a los Magos de Oriente, y le dedico mis flores al Niño que nació en Belén, y que creyó que con su sangre podía salvar y purificar todos los pecados del mundo.

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