Amor, te oí cuando las voces susurraban que ibas a volver. En los árboles las ramas florecían con los tréboles y el frío declinaba, como si siempre creciera el mediodía.
En tu piel surgían los lunares y yo los devoraba. Era mi hambre un lupanar desierto, una lujuria desmedida, que se iniciaba en el nombre del amor, y que descendía a la hondonada donde encontré tu corazón.
En las alas de las mariposas vi cómo se reflejaba tu mirada, cómo el ayer se revestía de tus ojos, cómo la lluvia todo lo llenó con el agua del instinto.
Amor, entre las piedras dibujé tu cuerpo. Lo encendí con llamas diminutas que ardieron en el nombre que el Cristo derramó, en la derrota oscura en que la cruz murió ensangrentada.
Mi hombre, los ángeles marcarán el firmamento. Lo envolverán con flores. Se citarán en ese cielo que nació azul, como tus ojos.
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